William Hazlitt nos ha dado unas ideas claves para entender mejor los grandes personajes que han hecho más conocido al poeta y dramaturgo inglés, y más cuando todavía desconocemos tantas cosas de su persona y entorno; otras exageradas.
Nos hallamos ante la pregunta que tantas veces se ha repetido: «¿Qué significa escribir como Hazlitt?«. No hay otra fórmula que adentrarse en su alma con la lectura como axioma embellecedor. Esta quizá no sea suficiente; hay que añadir ese recóndito de sabiduría que algunas personas tienen y otras van a la búsqueda hasta conseguirla. Un ejemplo claro lo tenemos en el poeta J. Keats con sus poemas que arrancan de sus lecturas, no de sus vivencias, y nos hace pensar en Shakespeare por saber extraer el máximo jugo a las palabras.
Es difícil mantener la idea de Hazlitt que recoge el encargado de la edición: «Entre todos los poetas, Shakespeare sería el que habría interpuesto una mayor distancia entre él mismo y sus creaciones dramáticas», pág.13; y, sin embargo, la supresión de esa distancia ante los sonetos le produjo «disgusto». Las dudas surgen en los dos aspectos, todo dependerá de la comprensión de los que se acerquen a los dos géneros o uno, ya que el lenguaje dramático está revestido de lo poético, al menos, en el poeta-dramaturgo inglés; aspecto que no ocurre en otros.
Que Hazlitt admiraba a Shakespeare se desprende de los personajes que evoca y además quiere dejar para la posterioridad esa idea, como si fuera el único que lo ha desbrozado: …»habría sido el poeta cuyo genio ha sintonizado mejor con el genio de la humanidad», pág.28. En buena lógica, el absolutismo en literatura no cabe, más bien la disidencia. Siempre hubo y habrá autores en ese jardín con la palabra o la imaginación. En «Poemas y sonetos», págs. 327-332, vierte otra idea que es fácil entender y que damos por supuesto, lo mismo en Velázquez: «En sus obras de teatro, era tan amplio y envolvente como el aire«. Es exactamente lo que observamos en el pintor español, ese aire que se aprecia en sus cuadros; sin embargo, apunta el editor, en sus poemas «parece estar encerrado y enclaustrado«. En cuanto a la expresión «No sabemos bien qué decir de los sonetos», pág. 330; me sorprende ante quien se considera un admirador del poeta, que siente «idolatría»,- pág. 327-, cuando se puede percibir que, a veces, va más allá de una desbordada imaginación en algunos de los 154-primera edición completa de 1609- que se han publicado, incardinados de hermosura; algunos se necesita amar hasta el límite, hasta la transgresión para poder comprenderlos; los dedicados a la mujer son rompedores ante el sufrimiento; otros, inmensos, atronadores, como a una mujer henchida de belleza pagana. Cómo no, recordar a Wordsworth en –Lyrical Ballads– que esmaltó los sonetos de Shakespeare como la gran verdad: la dualidad belleza-sentimiento como inherente al ser humano.
Al lado de los grandes lectores de Shakespeare, además de Hazlitt, ocupan un lugar destacado, también, Johnson y Pope. De este podemos leer en el Prefacio del libro con el título «El señor Pope ha observado»: Si algún autor ha merecido el nombre de original ha sido Shakespeare. Más claro es imposible; sin embargo, aunque algunas personas no hayan leído a Shakespeare, le parecerá imposible de creer, y además con razón. Toda exageración es perniciosa. Más entendible es que son propios » de la naturaleza», y que cada uno de ellos «es tan individual como la vida misma». Esta aseveración cabe dentro de lo lógico. Parece también encomiable la opinión de Schlegel: «Si Shakespeare merece nuestra admiración por sus personajes, la merece igualmente por su exhibición de la pasión, tomando esta palabra en su significado más amplio…», pág.45. Sin embargo, no ha ido por esa vereda el doctor Johnson, al contrario. Tanto si eran correctas como equivocadas merecen una reflexión.
La descripción que realiza William Hazlitt de Los Personajes nos recuerda a lo que perciben los lectores e incluso otras que nos ayudan a ir más allá por aspectos que en ese momento no llegamos a esa profundidad. En Hamlet es tan hondo que un lector puede no darse cuenta en la lectura que hizo. Por ejemplo: «esta obra tiene una verdad profética que está por encima de la histórica». O cuando se concreta más al acudir a una obra de teatro para huir de «los males de la vida mediante su representación simulada, este es el verdadero Hamlet». Y luego el pensamiento más prístino de Hazlitt: «No nos gusta ver representadas las obras de nuestro autor, y menos Hamlet». Pero, por otra parte, en general, se piensa que la función primordial del teatro es la representación. Algo se nos escapa, entonces. O tal vez, por eso, es tan asombroso Shakespeare en Hamlet o El rey Lear, o son mucho más que obras para el género dramático..
En cuanto al personaje Enrique VIII, cada persona lo puede definir según las lecturas o las representaciones; para la historia ha sido un espejo en un determinado tiempo y aun así siempre habrá algo más que no podamos percibir. Para Hazlitt es el todopoderoso; el que aglutina todo según su mente. …»su poder es más fatal para aquellos que ama: es cruel y persigue sin remordimientos sus lujosos apetitos; es sangriento y voluptuoso, un asesino amoroso, un esposo libertino», pág.245. A esto habría que añadir su grosería, su vulgaridad, su hipocresía.
El drama pastoral A vuestro gusto es descrito como un paraje de tranquilidad, de sosiego, en el que los sentimientos son acogidos como primordiales e importa más «lo que se dice». Es cuando habla la naturaleza,» del lugar parece respirar un espíritu de poesía filosófica, agitar los pensamientos, tocar piadoso el corazón, mientras el bosque somnoliento susurra por el suspirante vendaval», pág.297. Todo un descanso para la mente, un alimento para la reflexión.
No podía dejar sin acercarse a Lear: «Es la mejor de todas las obras de Shakespeare, porque es aquella en la que habló más en serio«, pág. 175. Es el sentimiento, el corazón humano en el que late un espíritu cargado de humanismo, pero también de ingratitud, de desilusión, de poderío, de fuerza, de muerte, de desagravio, de desapego, de pasiones, de afectos. Se ha hondado en las debilidades de las personas cuando las tormentas humanas arrecian y apreciamos el egoísmo. En las primeras líneas ya se nos advierte: «Se ha dicho, y creemos que con razón que el tercer acto de Otelo y los primeros actos de Lear son las grandes obras de Shakespeare en la lógica de la pasión», pág.177. Shakespeare convierte la vida en arte. Su maestría nos deja perplejos. En la entrevista entre Lear y su hija no cabe más perfección, hay que releerla más de una vez, como apunta Hazlitt en la página 179 y ss. La cólera de Lear en un momento nos atormenta: «¡Si llega a concebir, engéndrale un hijo de maldad, que pueda vivir y ser para ella un tomento perverso y desnaturalizado!». ¡Hasta dónde puede llegar la maldad! Más fiereza es imposible; se llega a lo más profundo de la iniquidad. Es algo más que la expresión cría cuervos.
En este escrito, finalmente, el hacedor nos muestra cuatro cosas que le han llamado la atención al terminar la lectura de El rey Lear : «Que la poesía es un estudio interesante, ya que se refiere a lo más interesante de la vida humana. Que el lenguaje de la poesía es superior al de la pintura. Que la mayor fuerza del genio se muestra en la descripción de las pasiones más fuertes. Que la circunstancia que equilibra el placer frente a dolor en la tragedia es que, en proporción a la grandeza del mal, se excita nuestro sentido y deseo del bien opuesto», pág.194.
En el libro encontramos 34 formas, más el prefacio, de acercarse a cada uno de los personajes que nos seducen, que nos miran, que nos hacen pensar, que nos absorben con tanta imaginación, con tanta pasión, con tanta verdad, que nos envuelven en este existencialismo. Sin duda, Hazlitt es admirable al darnos unas ideas que se nos escapan, que quizá no vemos o pasan desapercibidas. Al menos para quien ha leído, el detallismo y excelente prosa de Hazlitt.
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Hazlitt, William, Personajes de Shakespeare. Madrid, Cátedra, 2024, 334 págs.
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