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Teatro

Personajes de Shakespeare

William Hazlitt nos ha dado unas ideas claves para entender mejor los grandes personajes que han hecho más conocido al poeta y dramaturgo inglés, y más cuando todavía desconocemos tantas cosas de su persona y entorno; otras exageradas.

Nos hallamos ante la pregunta que tantas veces se ha repetido: «¿Qué significa escribir como Hazlitt?«. No hay otra fórmula que adentrarse en su alma con la lectura como axioma embellecedor. Esta quizá no sea suficiente; hay que añadir ese recóndito de sabiduría que algunas personas tienen y otras van a la búsqueda hasta conseguirla. Un ejemplo claro lo tenemos en el poeta J. Keats con sus poemas que arrancan de sus lecturas, no de sus vivencias, y nos hace pensar en Shakespeare por saber extraer el máximo jugo a las palabras.

Es difícil mantener la idea de Hazlitt que recoge el encargado de la edición: «Entre todos los poetas, Shakespeare sería el que habría interpuesto una mayor distancia entre él mismo y sus creaciones dramáticas», pág.13; y, sin embargo, la supresión de esa distancia ante los sonetos le produjo «disgusto». Las dudas surgen en los dos aspectos, todo dependerá de la comprensión de los que se acerquen a los dos géneros o uno, ya que el lenguaje dramático está revestido de lo poético, al menos, en el poeta-dramaturgo inglés; aspecto que no ocurre en otros.

Que Hazlitt admiraba a Shakespeare se desprende de los personajes que evoca y además quiere dejar para la posterioridad esa idea, como si fuera el único que lo ha desbrozado: …»habría sido el poeta cuyo genio ha sintonizado mejor con el genio de la humanidad», pág.28. En buena lógica, el absolutismo en literatura no cabe, más bien la disidencia. Siempre hubo y habrá autores en ese jardín con la palabra o la imaginación. En «Poemas y sonetos», págs. 327-332, vierte otra idea que es fácil entender y que damos por supuesto, lo mismo en Velázquez: «En sus obras de teatro, era tan amplio y envolvente como el aire«. Es exactamente lo que observamos en el pintor español, ese aire que se aprecia en sus cuadros; sin embargo, apunta el editor, en sus poemas «parece estar encerrado y enclaustrado«. En cuanto a la expresión «No sabemos bien qué decir de los sonetos», pág. 330; me sorprende ante quien se considera un admirador del poeta, que siente «idolatría»,- pág. 327-, cuando se puede percibir que, a veces, va más allá de una desbordada imaginación en algunos de los 154-primera edición completa de 1609- que se han publicado, incardinados de hermosura; algunos se necesita amar hasta el límite, hasta la transgresión para poder comprenderlos; los dedicados a la mujer son rompedores ante el sufrimiento; otros, inmensos, atronadores, como a una mujer henchida de belleza pagana. Cómo no, recordar a Wordsworth en –Lyrical Ballads– que esmaltó los sonetos de Shakespeare como la gran verdad: la dualidad belleza-sentimiento como inherente al ser humano.

Al lado de los grandes lectores de Shakespeare, además de Hazlitt, ocupan un lugar destacado, también, Johnson y Pope. De este podemos leer en el Prefacio del libro con el título «El señor Pope ha observado»: Si algún autor ha merecido el nombre de original ha sido Shakespeare. Más claro es imposible; sin embargo, aunque algunas personas no hayan leído a Shakespeare, le parecerá imposible de creer, y además con razón. Toda exageración es perniciosa. Más entendible es que son propios » de la naturaleza», y que cada uno de ellos «es tan individual como la vida misma». Esta aseveración cabe dentro de lo lógico. Parece también encomiable la opinión de Schlegel: «Si Shakespeare merece nuestra admiración por sus personajes, la merece igualmente por su exhibición de la pasión, tomando esta palabra en su significado más amplio…», pág.45. Sin embargo, no ha ido por esa vereda el doctor Johnson, al contrario. Tanto si eran correctas como equivocadas merecen una reflexión.

La descripción que realiza William Hazlitt de Los Personajes nos recuerda a lo que perciben los lectores e incluso otras que nos ayudan a ir más allá por aspectos que en ese momento no llegamos a esa profundidad. En Hamlet es tan hondo que un lector puede no darse cuenta en la lectura que hizo. Por ejemplo: «esta obra tiene una verdad profética que está por encima de la histórica». O cuando se concreta más al acudir a una obra de teatro para huir de «los males de la vida mediante su representación simulada, este es el verdadero Hamlet». Y luego el pensamiento más prístino de Hazlitt: «No nos gusta ver representadas las obras de nuestro autor, y menos Hamlet». Pero, por otra parte, en general, se piensa que la función primordial del teatro es la representación. Algo se nos escapa, entonces. O tal vez, por eso, es tan asombroso Shakespeare en Hamlet o El rey Lear, o son mucho más que obras para el género dramático..

En cuanto al personaje Enrique VIII, cada persona lo puede definir según las lecturas o las representaciones; para la historia ha sido un espejo en un determinado tiempo y aun así siempre habrá algo más que no podamos percibir. Para Hazlitt es el todopoderoso; el que aglutina todo según su mente. …»su poder es más fatal para aquellos que ama: es cruel y persigue sin remordimientos sus lujosos apetitos; es sangriento y voluptuoso, un asesino amoroso, un esposo libertino», pág.245. A esto habría que añadir su grosería, su vulgaridad, su hipocresía.

El drama pastoral A vuestro gusto es descrito como un paraje de tranquilidad, de sosiego, en el que los sentimientos son acogidos como primordiales e importa más «lo que se dice». Es cuando habla la naturaleza,» del lugar parece respirar un espíritu de poesía filosófica, agitar los pensamientos, tocar piadoso el corazón, mientras el bosque somnoliento susurra por el suspirante vendaval», pág.297. Todo un descanso para la mente, un alimento para la reflexión.

No podía dejar sin acercarse a Lear: «Es la mejor de todas las obras de Shakespeare, porque es aquella en la que habló más en serio«, pág. 175. Es el sentimiento, el corazón humano en el que late un espíritu cargado de humanismo, pero también de ingratitud, de desilusión, de poderío, de fuerza, de muerte, de desagravio, de desapego, de pasiones, de afectos. Se ha hondado en las debilidades de las personas cuando las tormentas humanas arrecian y apreciamos el egoísmo. En las primeras líneas ya se nos advierte: «Se ha dicho, y creemos que con razón que el tercer acto de Otelo y los primeros actos de Lear son las grandes obras de Shakespeare en la lógica de la pasión», pág.177. Shakespeare convierte la vida en arte. Su maestría nos deja perplejos. En la entrevista entre Lear y su hija no cabe más perfección, hay que releerla más de una vez, como apunta Hazlitt en la página 179 y ss. La cólera de Lear en un momento nos atormenta: «¡Si llega a concebir, engéndrale un hijo de maldad, que pueda vivir y ser para ella un tomento perverso y desnaturalizado!». ¡Hasta dónde puede llegar la maldad! Más fiereza es imposible; se llega a lo más profundo de la iniquidad. Es algo más que la expresión cría cuervos.

En este escrito, finalmente, el hacedor nos muestra cuatro cosas que le han llamado la atención al terminar la lectura de El rey Lear : «Que la poesía es un estudio interesante, ya que se refiere a lo más interesante de la vida humana. Que el lenguaje de la poesía es superior al de la pintura. Que la mayor fuerza del genio se muestra en la descripción de las pasiones más fuertes. Que la circunstancia que equilibra el placer frente a dolor en la tragedia es que, en proporción a la grandeza del mal, se excita nuestro sentido y deseo del bien opuesto», pág.194.

En el libro encontramos 34 formas, más el prefacio, de acercarse a cada uno de los personajes que nos seducen, que nos miran, que nos hacen pensar, que nos absorben con tanta imaginación, con tanta pasión, con tanta verdad, que nos envuelven en este existencialismo. Sin duda, Hazlitt es admirable al darnos unas ideas que se nos escapan, que quizá no vemos o pasan desapercibidas. Al menos para quien ha leído, el detallismo y excelente prosa de Hazlitt.

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Hazlitt, William, Personajes de Shakespeare. Madrid, Cátedra, 2024, 334 págs.
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Personales

Todo ese fuego

El miércoles, día 17 de abril, estuve en una conferencia de Ángeles Caso. En realidad, fui por si podía hablar con ella, pero no pude porque se alargó y tuve que salir, inmediatamente, una vez terminada. Vi que no era el momento. El salón de actos-las dos plantas- estaban atiborradas de personas-. El motivo fundamental: cuando apareció su rostro en el telediario de la 1, hace ya mucho tiempo, me dije: anda, si esta mujer se parece a una joven allá por 1979 o1980 que me pidió si podía echarle una foto-iba acompañada de otra joven- en la explanada del Buckingham en Londres. Así lo hice; todavía pervive en mi memoria la imagen: dos jovencitas abrazadas con pantalones y delgaditas. Tal vez, no fuera ella o sí; a mí me lo pareció, si no es así, perdones mil.

Otro hecho primordial que quería decirle: cuando se publicó el libro Todo es fuego, allá por 2015, me alegró, sobre todo por Emily. Y aunque en la conferencia aludió a las tres hermanas, hubo algún aspecto que tal vez se excedió con respecto a la educación, o yo no lo veía de esa forma, más allá de que fueran autodidactas. Recordó los parajes espléndidos, la casa parroquial de Haworth que había visitado; yo también lo hice en un día lluvioso-hace tiempo-, pero el paisaje me encantó; me quedé con una planta que abunda: el brezo-es la miel que más me gusta-, como en la Extremadura en que nací.

En la visita que hice, el «Brontë Country», así se denomina el entorno, ya me he referido en este «blog» al pueblecito en donde nacieron y crecieron las tres hermanas. Un poema que me encantó-me refiero a la poesía de Emily- fue «Remenbrance», El comienzo «Could in the earth» me llegó al alma. Su amor a la naturaleza y esa libertad que anidaba en su mente ha quedado para siempre. Entendí por qué una persona enamorada de la vida, no encontró esa savia amorosa que le hiciera crecer, probablemente se quedó en anhelo. La muerte fue injusta por tan pronto. Pero, sí nos ha dejado su querencia por el brezo como sinónimo de libertad, de fundirse con la naturaleza, de romper con las convenciones sociales. En mi mente todavía pervive esa rectoría de Haworth enclavada en una naturaleza salvaje, que le sirvió para escribir, para sacar su mejor yo, su vida interior y elevarla a lo poético. Parece como si su poema, «Come, walk with me» nos instara a que visitemos esos paisajes llenos de trozos de cielo. Haworth y Yorkshire estarán presentes cuando oigas o leas a las tres hermanas después de que pises esos lugares agrestes.

Finalmente, señora Caso, mi más sincera felicitación-aplaudí- por su resplandor con la palabra exacta con que atendimos su disertación, con un silencio que cortaba el aire.


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Teatro

La bella malmaridada de Lope de Vega

¡Es Lope! ¡Es Lope! ¡Es Lope! El grande entre los grandes de la literatura universal, de nuevo en el candelero con su obra La bella malmaridada. Cada vez que se publica una de sus obras tenemos que felicitarnos. Ahora solo falta leerla y menos hablar de oídas o recurrir a chascarrillos que empobrecen a quienes los pronuncian y más si se dedican a la docencia.

La cultura popular fue un axioma clave en la creación de Lope. En este caso se inspiró en la tradición para ventear una idea aposentada en el poeta – dramaturgo; tema » tan arraigado en lo popular que probablemente no tiene parangón en todo el Siglo de Oro», pág. 18. De esta forma, Lope se adentra con versos claros en el romance:

«La bella malmaridada,

de las más lindas que vi,

si habéis de tomar amores,

no dejéis por otro a mí«.

Durante mucho tiempo «la bella malmaridada» fue glosada por los poetas y Lope no iba a ser menos; su pensamiento hizo que también él alimentara la canción que corrió de boca en boca y de verso en verso. Según nos muestra el editor, la obra fue firmada un 17 de diciembre de 1596.

Es loable que se nos diga la razón por lo que se plantea el proyecto de una edición crítica doble: «había que fijar, editar y anotar cada versión por separado»(…). «La elegida para el lector es la copia Gálvez, que venimos denominando como versión manuscrita y va escoltada de un voluminoso cuerpo de notas filológicas». En mi caso, he empezado la lectura por la versión impresa, «que toma como texto base la la «editio princeps», págs. 302 – 392 .

En la primera, el comienzo es semejante (TEODORO: amor loco, amor loco. / Yo por vos y vos por otro. LEONARDO: Algo vienes divertido. TEODORO: Bien dijo Montemayor / esta canción), a la segunda. Sin embargo, el final, en la primera, hay algún matiz diferenciador, aunque la idea es nítida. (LEONARDO: Hoy nuestro amor confirmemos. LISBELLA: ¡Tuya seré, soy y fui! LEONARDO: Yo tengo mujer honrada: / de hoy más seré buen marido. TEODORO: Aquí su fin ha tenido / La bella malmaridada). En la impresa, termina así (LEONARDO: Nuestra amistad confirmemos. LISBELLA: ¡Vuestra soy, seré y he sido! LEONARDO: Quede con esto acabada / la amistad que había empezado. TEODORO: Y aquí se acaba, senado, / La bella malmaridada ) . Se percibe sin entrar en detalles que la impresa estuviera como recortada, pero lo que pretende Lope se consigue, sea en una u otra. Simplemente, magistral.

Para llegar a los pormenores de la obra conviene leerse antes la introducción donde cada detalle es significativo; estos los hallamos en Fuentes, La canción de la mal casada, El romance, La novela italiana, Deudas literarias: pastoras y alcahuetas, Construcción dramática. Métrica, Historia del texto. Anejos al manuscrito Tratándose de una comedia de 1596 no está demás que se lean antes para una clarificación más enriquecedora, y así conquistar la cúspide de que es lo que se pretende.

Ya en los primeros versos surge la fuerza dialogal para aludir al hecho representado: TEODORO: (…y pues con una doncella/ te casaste a quien la fama/de Madrid celebra y llama/por excelencia «la Bella»/ y con serlo en tanto extremo/buscas algún pan prestado;/yo, que no he sido casado/ ¿por qué tus sermones temo?/ Vuelve a tu mujer, cansada/de lo que sufriendo está,/que hay mil que la llaman ya / la bella malmaridada ). La respuesta no se hace esperar. LEONARDO: (Teodoro, no la amistad/te haga tan hablador/porque no es burla el honor/que sufre tanta verdad./Deja estar a mi mujer/habla conmigo no más, págs. 103-104). Nítido el pensamiento por si albergaba alguna duda.

La obra descansa, sobre todo, en un personaje capital: Lisbella. Es la protagonista. A ella se unen marido y pretendiente; a pesar de los requiebros, Lisbella lanza: «No porque esté mal casada / dejo de ser bien nacida«. Todo un aviso claro, contra viento y marea; el rechazo es evidente. Estamos ante algo típico en el siglos XVI amor- celos que ya se deja entrever en el primer acto cuando Lisbella sale de noche, corroída por los celos tras su marido sin que este se entere con todo el peligro que puede entrever, por ejemplo cuando se entabla un diálogo en la nocturnidad entre los dos sin que sepan que son marido y mujer: Leonardo: ¿Sois vos casada? Lisbella: Sí soy. Leonardo: ¿Tenéis mal marido? Lisbella: Malo. Leonardo: ¿No os regala? Lisbella: ¿Qué regalo? Leonardo: Sufridle. Lisbella: Con él estoy / ¿Sois vos casado? Leonardo: Y cansado. Sin restar importancia al encuentro con otro personaje que se rinde a sus pies: Cipión (En toda mi vida vi / mujer de tal lengua y talle). Con estas notas es más que suficiente, es como el umbral del acto primero.

Es en el acto segundo cuando el pretendiente intenta el cortejo a la más bella (¡Yo he conocido a la Bella! ). Quiere valerse de una cadena de oro para el acercamiento, que finge haberse encontrado en la iglesia («Tomadla y dádsela allá, / decid que soy hombre noble»). Lisbella lo rechaza y escribe carta («Jamás tal prenda he tenido, / o el nombre o la casa erró, / aunque si él es Cipión, / un caballero romano, / ya conozco su intención). Pero hete aquí que llega su marido y quiere saber lo que pasa; desconfía y encierra en una habitación a su mujer hasta que se aclare la verdadera razón («Solo quiero saber lo que ha pasado. / Si tienes culpa al cielo te encomienda. Entra en ese aposento»). Hasta el criado sabe de la inocencia de la señora. El marido le lleva el papel y la cadena, y pregunta al pretendiente, este responde que no cree que sea delito el requerir o el mirar (…»y que siempre de ella he sido / ofendido y desdeñado»). Convencido le pide discreción («Con esto que importa más, / os pido, señor, secreto»). Incluso antes de terminar este acto pronuncia: «Yo tengo buena mujer / ¡No más, santo honor!» . La importancia del honor es primordial.

El acto tercero comienza con otras de las maldades o vicios que se dan: el juego. El diálogo entre Lisbella y Leonardo es duro; otra vez la lucha por llegar a la verdad, a la liberación. Lope, como grande que es, tuvo cuidado de que la violencia física no llegara al tablado, aunque por la cabeza de Leonardo prosigue la palabra adulterio ante otro caso con papel incluido. La presencia de los niños pequeños no se esperan, de ahí que la comedia llegue a un dramatismo insoportable («Hijos, yo quedo a morir / inocente como vos. / No pidáis venga a Dios / cuando la sepáis pedir (…) y si os dieren otra madre, / que la obedezcáis y améis»). La entereza de Lisbella ante la verdad la ennoblece («Los inocentes son fuertes/ los culpados son cobardes»). («Una segura conciencia / la muerte puede esperar»).

Cuando Leonardo se prepara para la pena capital, el brazo se congela, ni siquiera desenvaina la espada. («Todo el brazo se me ha congelado! ¿Qué puedo haberlo causado?» (-«Mi inocencia y tu mal celo»). pág, 259. En el fondo, Lope quiere que aunque tarde llegue la luz y el abrazo. La muerte de una inocente no se hubiera aceptado y menos «que se quebrara una piedra angular de la Comedia Nueva: la justicia poética», pag.56. Ni tragedia ni comedia, es Lope el que triunfa al final con la reconciliación de la pareja ante la verdad: «Hoy, nuestro amor confirmemos, -¡Tuya seré, soy y fui! – Yo tengo mujer honrada : / de hoy más seré buen marido».

Lo primordial es la lectura de la obra, el editor se decanta por la primera, la más fiable-«un texto que estaría mucho más próximo al verdadero original que la versión ofrecida por la tradición impresa-., pág,69. Más allá de la certeza en cuanto al texto, la primera te enseña, te clarifica con ese montón de notas filológicas a comprenderla mejor, no solo el tema que se plantea, también el entorno y las causas. Atrévete y entra en esa sociedad en la que el amor, el sentimiento, la mentira, los celos, la libertad son claves en las relaciones humanas. No muy lejos de las de hoy; además, de revestidas de lenguaje poético como acostumbra el todopoderoso Lope.

Lope de Vega, F., La bella malmaridada. Madrid, Cátedra, 2024, págs. 392
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Novela

La señora Dalloway recibe

Por motivos varios la escritora Virginia Woolf siempre está como vigía luminosa, aunque no siempre tan leída, pero sí nombrada. Ahora tenemos la oportunidad de comprender por qué su novela más famosa La señora Dalloway es considerada como maestra en el arte de escribir. Los siete relatos de este libro, mas unos capítulos de Viaje de ida, nos acercan a su gran novela.

Mrs. Dalloway, publicada en 1925, «recorre un solo día de verano en la vida de dos personas cuyos caminos no llegan a cruzarse». Es el sentimiento de una mujer de la aristocracia-no olvidemos que ella vivía cerca del Parlamento- que camina por los sitios más emblemáticos de Londres en los que nos va dejando sus huellas. Realidad y ficción se hermanan en la palabra clave: fiesta, y un personaje simbólico que va más allá de los hechos que se narran: Clarissa, y su forma de observar en la que nada se escapa. No hay la menor duda de que detrás está Woolf en todo su engranaje. La preparación de una fiesta es algo más que la exhibición de la protagonista. El carácter psicológico revolotea en todo su esplendor.

Bajo siete enclaves podemos llegar a lo que fue su obra considerada maestra: La señora Dalloway en Bond Street-la más relacionada con la novela-, El hombre que amaba a sus semejantes, La presentación, Antepasados, Tan cerca y tan lejos, El vestido nuevo, Como resumen. Conforman atisbos de cómo se fue haciendo el personaje hasta su final en la novela, de ahí que sea casi obligado la lectura de los siete para comprenderlo mejor y, claro, «la evolución de la escritora Virginia Woolf desde sus comienzos y hasta la obra que consolida el estilo narrativo por el que pasaría a la historia», pág.47. A todo hay que añadir, y necesarios, la lectura del Apéndice «La señora Dalloway en Viaje de ida»-los capítulos, III,IV,V, VI aunque el sexto incompleto»-.

No podemos echar en saco roto que la mente de Woolf-en este caso Clarissa– giraba en torno a la fiesta-«la consciencia de la fiesta«-, de cómo expresar lo que siente y también a su desarrollo como «novelista y crítica» que tanto han escrito la crítica más exigente. La editora resalta que el resto de historias salvo «El vestido nuevo» forman «una especie de epílogo a la novela», pág. 38. Tenemos que tener en cuanta lo que tantas veces manifiestan los/as que se han aproximado a Virginia, como son el por qué de existir, el paso del tiempo, la muerte, la libertad y las diferencias entre hombres y mujeres cuando somos personas y tienen que tener los mismos derechos en la sociedad; cuando no se dan, viene el desasosiego, las preguntas constantes que, a veces, nos conducen a un final incierto en una sociedad opresora ante la educación, la maternidad, el matrimonio. Es ahí en el que estamos, por lo que la escritora se dirige a todos/as para romper los convencionalismos que nos ahogan, no nos dejan ser. La independencia de la mujer sobrevuela por sus escritos y conciencia, como necesidad.

La profundidad que yacía en su alma se hace viviente con el entorno, por ejemplo, en el relato «Como resumen«: «Y Clarissa la había abierto al yermo de la noche, había adoquinado la ciénaga y, cuando llegaron al final del jardín…(…), ella miró la casa con veneración, con entusiasmo, como si un rayo dorado la recorriese, y los ojos se le anegaron de lágrimas y estas cayeron en una profunda acción de gracias«, pág.116. Y de esta manera se fue formando el personaje que con ahínco fue amasando hasta que consiguió lo que en su mente permanecía; no quedó ni una brizna, sacó todo su jugo en ese fluir de la conciencia que le aguijoneaba.

En definitiva, estos relatos coadyuban a entender mejor su obra imperecedera; Virginia Woolf ha ido preparando, con estas aproximaciones, hasta llegar al gran personaje que creó, ahondando, escarbando, para conseguir la plenitud.

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Woolf, V., La señora Dalloway recibe. Madrid, Cátedra, 2024, 186 págs.

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Poesía

José Hierro. Llama entre la madera y la ceniza

En tiempos convulsos uno de los cobijos para la mente es refugiarse en la poesía y más si estamos ante uno de los poetas que más información ha suscitado en los periódicos y revistas; siempre hay un motivo para atraer a las páginas impresas al poeta madrileño-santanderino.

Los nueve libros escritos por José Hierro son analizados, si bien desde una atalaya, por don Isidoro Pisonero del Amo, Licenciado en Filología Hispánica y alemana, además de Catedrático. Con ese alarde que le caracteriza por su precisión y llaneza se adentra en un poeta en el que sustenta su poesía en la dicotomía reportaje y alucinación para explorar el corazón humano.

Aparte de la selección bibliográfica y una coda, embrión de todo lo descrito, configuran este ensayo cuatro apartados: Cómo se forja un poeta. Una vida de felicidad, dolor y esfuerzo. Poética de testimonio, personal y colectivo. De la poesía testimonial dolorosa, impregnada de la alegría de sentirse vivo, la irracionalismo desencantado de las alucinaciones, págs. 27-203. Lo fundamental es la lectura sosegada del último, que es donde José Hierro navega, aunque siempre teniendo en cuenta a Juan Ramón Jiménez y a Lope de Vega al que consideraba divino. Incluso para sacar una idea nítida de su poesía no estaría demás las remembranzas de los asertos: el machadiano «La poesía es palabra en el tiempo»; el de Ernesto Cardenal «La poesía es anuncio y denuncia«; el de J. Margarit «es la casa de misericordia«; el de García Baena «la poesía hace que la libertad se derrame como un gran fuego sobre los hombres»; y, sin duda, el común denominador de José Hierro: «La poesía es palabra en la música». Es decir, la poesía como arroyo literario, ahí es donde nos hallamos aunque solo sea con la mirada.

En su primer libro Tierra sin nosotros comienza con esa añoranza del hecho viviente, al partir, por necesidad, en contra de su voluntad, pág. 113. Es uno de los libros más citados del poeta y en el que cupo la sociedad durante tanto tiempo, «como / formas de otro planeta / que vive sin nosotros». Y así va desgranando el dolor con ese verso tan repetido «Alto fue el precio que pagamos: / miseria y llanto de los ojos» en el que solo quedaba la alegría de vivir, del canto salvífico. El mismo año se publica Alegría. Con el dístico «Hay que salir al aire, / desatar la alegría» da un vuelco a su poesía, si bien contenido, y exige solidaridad, no hay otra forma ante quien ha sentido temblar en su ser la necesidad de la alegría a la espera de los días soleados para apartar lo que es oprobio, para agarrarse a la vida. Tres años después Con las piedras con el viento, el destello necesario «teniendo el alma a oscuras» con limpidez versal hasta conseguir el clarear, la voz cantarina, («Descansa, comunicando / con las piedras, con el viento») con su conciencia, con su amada. Es cuando se vislumbra lo que previó en Quinta del 42, la amargura de toda una generación, un alarido de fracaso de una juventud pletórica que quiere vivir, que la imaginación triunfe. No puede brillar la sinrazón, la soledad («el canto / se me ha secado en la garganta»).

Con Estatuas yacentes estamos ante el Hierro contemplador en único poema-255 versos- ante el paso del tiempo detenido en dos personajes históricos de la catedral de Salamanca. Es la vuelta a quiénes somos y qué nos espera. Lo que sí parece exagerado como escribe el editor que el poema sea precursor de la poética de los novísimos», pág. 154, y menos formalmente, si nos atenemos a lo que aporta. Con el recuerdo del verso calderoniano «Esto es cuanto sé de mí» de El médico de su honra se vislumbra una ventana de aire fresco en su poesía. No se trata de un ciclo nuevo sino de un saber adentrarse aun más, en lo existencial en el que el yo lírico se expande desde un mirador más nítido al preguntarse «por qué habrá sido preciso / el dolor para cantar, / el morir para estar vivo». La nombradía se hace realidad («Orquesta de ruiseñores, / soñáis al alba el recuerdo / de vuestro canto de anoche»). Es más que emoción humana. Hombre y poesía juntos en una simbiosis de gracia para trazar un camino de esperanza ante tanta pesadumbre.

No sé si se difuminan como mantiene el editor «realidad y sueño, sujeto objeto», pág.162, en Libro de las alucinaciones, más bien se necesitan, se aúnan, no pueden separarse; pero menos que haya perdido «el sentido de la realidad » como mantiene el sr. Cañas,, citado, pág. 163. Son meandros en su río poético. Es crear como la naturaleza hace un árbol esa realidad imaginada que tiene unos aposentos en qué basarse para constituir una obra de arte en ese «imaginar y recordar«( «imaginar y recordar me llenan / el instante vacío»), hasta ese dolorido sentir «Ya no me importan nada / mis versos y mi vida». Es la poesía del intimismo, del yo abstraído en permanente esencialidad para llevar lo más recóndito del ser humano. ¿Por qué huye el poeta? ¿Por qué busca lo inconcreto? Estamos, tal vez, ante el límite; esa búsqueda del yo trasmuta en alucinación.

Después de tanto tiempo aparece Agenda. Sorprendió. Son 27 años de distancia con el anterior, aunque «la mayor parte publicados en revistas…», pág.177. No sé, si el libro cayó en tierra abonada como apuntan algunos críticos aportados por el sr. Pisonero, págs. 177-182. Más bien, no llegó al público, al menos para el que suscribe esta reseña. Pero, aunque solo sea por la excelencia del poema Lope. La Noche. Marta, es más que suficiente para tenerlo en la cúspide poética de la segunda mitad del siglo XX, de ahí mi extrañeza de que no se haya publicado entero porque es el mejor, el estandarte del libro Agenda, págs. 184-185. Es un Hierro entregado a Lope, a su poesía hecha de trozos de cielo, desnuda, de carne viva, a su capacidad de amar, a esa exigencia, «Abre tus ojos verdes, Marta, que quiero oír el mar». Grande, Hierro fundido en Lope. En el poema se avizora a un Hierro que desea fundirse con Lope y Marta. Creo que estamos ante uno de los poemas de más carga emotiva de la literatura, que es redondeada con el verso final y esa declaración de amor: esos ojos verdes que hacen oír el mar, en los que Lope desea incrustarse. Esos ojos verdes que le hacen oír el mar transportan serenidad, placer, encuentro, más allá. Identifica los ojos de Marta con el mar, que es sinónimo de final amoroso, de paz. No es solo cuerpo de mujer; es algo que se nos escapa de nuestro nuestro ámbito existencial. El amor no solo material sino también espiritual; más allá de la situación terrenal. José Hierro ha sabido captar el verdadero amor de Lope-Marta.

 Por si faltaba poco, la explosión mediática le vino con la publicación de Cuaderno de Nueva York; fue el más vendido-tengo dudas que fuera tan leído-, pero sí fue el que coronó toda una obra, la excelencia. Hay un poema que se adentra más que el resto por su profundidad, por su hermandad, por su silencio sonoro, por su inteligencia, por su más que recuerdo: «Cantando en Yiddish». Las hojas disecadas son la memoria cual resurrección de pascua florida.

El último verso del segundo terceto del soneto Vida, «después de tanto todo para nada» es de una persona que ha sufrido mucho-quizá por tantos- en el que se apoya el título del libro contribuye en demasía a la negatividad de la vida cuando debería ser lo contrario, un grito de rebeldía para extender la vida como un privilegio, como una dádiva, y así recordar al poeta culterano «que se nos va la pascua, mozas, que se nos va». O el renacentista Garcilaso, «Coged de vuestra alegre primavera el dulce fruto antes que el tiempo airado…». Es la alegría de vivir.

En la poesía de José Hierro se enhebran musicalidad, plasticidad, vivencias hasta llegar a la máxima cota poética; es su tiempo, es su fe de vida. Sus palabras pletóricas de canto quedan cinceladas para la posteridad, para los que saben escuchar, para los que miran en el espejo más interior de la persona, para los que buscan el paraíso perdido; en ese donde reine el hermanamiento, la solidaridad eterna, quiere que nos encontremos. No fue otro el objetivo de su poesía.

Lo primordial es que canten las palabras, que el camino esté henchido de literatura, de poesía, de perfección, que nos sintamos partícipes de esa belleza con la que escribimos o amamos.
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